Antes de que la Caravana Migrante, que partió con más de dos mil seres humanos desde Hondurás y Guatemala, toque la frontera entre México y Estados Unidos, se han levantado las voces de alerta sobre la posible reacción del Gobierno de EE.UU. ante el intento de estos migrantes de cruzar ilegalmente hacia el territorio.
Por eso, la cadena televisiva NTN24 con sede en Colombia, me buscó para comentareste fenómeno y si es que el presidente estadounidense, Donald Trump, cumpliría su promesa de intervenir militarmente para no dejar pasar los migrantes.
Una encuesta de The Washington Post indica que los demócratas vencen 52 a 38 a lo republicanos rumbo a las elecciones de medio termino del seis de noviembre. Seis de cada diez piensa que Trump se equivoca en sus políticas. Y por si fuera poco, 189 paises de 191 rechazaron este jueves en la Asamblea General de la ONU el bloqueo económico y comercial impuesto por Estados Unidos contra Cuba. En suma, Donald Trump luce cada vez más aislado, dentro y fuera de su país.
No existe una opinión favorable para él dentro del mundo libre. Trump se ha ganado el rechazo comprobado de la opinión internacional debido a su intención de ordenar abrir fuego contra la Caravana Migrante si cree que esta amenaza la seguridad nacional. Y el rechazo comienza al interior de Estados Unidos, incluso, en el Pentágono. La especialista en seguridad estadounidense Ana María Salazar indicó este viernes en entrevista radiofónica que especialistas asociados a este centro militar no creen que el presidente cumpla tal amenaza, fundamentalmente porque esta tiene que ver más con las elecciones que con una agresión real de los migrantes. El despliegue de fuerzas armadas es más una puesta en escena que una operación seria.
En tanto, la derrota de Trump en la ONU ante Cuba se dio en un contexto muy interesante, para quienes gusten de la geoestrategia política. La comunidad internacional rechazó el Bloqueo en las Naciones Unidas al mismo tiempo tiempo que el presidente cubano, Miguel Díaz Canel, aterrizaba en Moscú para dar inicio a una gira que lo llevará por Laos, Vietnam y China. Sí en política no hay casualidades, en política internacional, menos.
¿Estamos ante el fin del poder de Trump? Si pierde las elecciones y los demócratas recuperan la mayoría en las cámaras, el presidente se quedará sin escudos protectores ante posibles juicios políticos y una eventual destitución por los casos de encubrimiento y corrupción que le rodean. Se quedará sin avales de su política exterior y solo le quedaría actuar dentro de los límites de su poder presidencial, que no es para menos, pues incluye al Ejército.
Pero lo que realmente vuelve peligroso a Trump es el apoyo de cuatro de cada diez estadounidenses. Son las huestes racistas que yacen en la parte central del país amenazando a latinos y afros. Son los paramilitares en la frontera sur que se toman literal todo lo que dice su Presidente, esos, quienes no necesitan de la aprobación del Pentágono para abrir fuego contra los migrantes. Son los que se amparan en él para sus ínfulas supremacistas y no se retracatarán sin dar batalla.
Esta es una columna original para el diario La Opinión
“Los empresarios no estamos defendiendo uno u otro proyecto, estamos defendiendo un modelo de nación”, dijo el presidente del Consejo Coordinador Empresarial varios minutos después de que López Obrador lo hiciera con relación a los resultados de la consulta que da por rechazada la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco. “Estamos defendiendo un modelo de nación”, dijo y repito tal declaración porque ese es precisamente el fondo el asunto cuando hablamos de la #ConsultaNAIM: el modelo de negocio de los hombres de corbata, dista mucho de lo que votamos este fin de semana.
Yo voté temprano, con algo de frío y con cierta incertidumbre sobre los resultados ¿De qué servirá todo esto? No tenía garantías y, sin embargo, marqué por la opción de Santa Lucía, gustoso, no porque tenga mis dólares invertidos en ello, sino porque por primera vez una administración me consulta sobre un proyecto que impactará mi forma de vida. Antes que eso fueron los muertos y las violaciones de Atenco del año 2006, la manera en cómo el Gobierno preguntaba a la gente: ¿estás de acuerdo con que nos valga madre lo que opines sobre el nuevo aeropuerto? Tome su toletazo.
Personalmente creo que no necesitamos aeropuerto, como no necesitamos más automóviles (escribí hace una semanas sobre eso en mi blog) pero la consulta fue valiosa para mí por el simple hecho de serlo. A votar fui con mi sobrino y el impacto cultural es enorme porque a este imberbe de 16 años se le demostró que en México la democracia directa es posible, y no estamos condenados a pagar continuamente con sangre las imposiciones de una plutocracia, tal cual él ha aprendido en sus clases de historia que así ha sido en este país a lo largo de 500 años.
Y otra cosa: Ahora resulta que a los “grandes mercados” les preocupan los 45 mil empleos que se perderían con la cancelación de Texcoco. Pero algo no me cuadra. Tengo varios amigos por la zona, y esos amigos tienen familiares trabajando como peones en las obras del hoy fallido nuevo aeropuerto. A algunos les pagan seis mil pesos al mes pero con recibos de honorarios, lo que significa que le dan a Hacienda casi el 40 por ciento de su salario en impuestos, más lo que le toca al contador, lo cual apenas les da para comer y para pasajes. Además, no hay contratos. Otro además: les hacen pagar un seguro de vida que ni siquiera es IMSS, según me cuentan. Pero no todo es así, mi amigo Rubén realmente se ve afectado por el desistimiento de la construcción. “¿Todo por unos pinches patos?”, refunfuñó al tiempo que entendía que deberá trasladar su carro de tacos de canasta a otro lado ¡¿Cuantos más, Obrador?!
Está bien que no se haga Texcoco. A mi me registraron ahí y de mi infancia texcocana lo único que recuerdo es mucho cemento y olor a caca. En las monografías se decía que ahí había un lago, pero de agua sólo recuerdo las lluvias ácidas que alentaban el paso de los guajoloteros. Pero eso no lo ve un magnate que reparte su tiempo entre Nueva York, España e Interlomas. Su modelo de país no es modelo sino una fórmula bursátil. Nuestro modelo, el del México real, es de la supervivencia; el de aprovechar cada mecanismo existente para participar en cada consulta sobre asuntos públicos, por una sencilla razón: Nosotros y los patos aquí vivimos.
Reclama el huapango que si le han cantado a Veracruz, a Jalisco y Tamaulipas… Tanto que si hablamos de gastronomía, mucha fama tienen también Oaxaca y Yucatán; pero si tan sólo el mundo probara una barbacoa recién salida del hoyo, o las tortas de flor de sábila con chinicuiles en salsa de caracoles y xoconostle, con gusto hablaría del Estado de Hidalgo, cuando de comida mexicana se refiriera.
La primera muestra de la gastronomía hidalguense permitió dar una pequeña probada de lo que esta entidad –a sólo 90 kilómetros de la Ciudad de México–, ofrece a la gastronomía mexicana que, de por sí, es una de las más prestigiadas del mundo. Y con razón, ya que nadie podría discutir la majestuosidad del mole negro oaxaqueño o el aguachile sinaloense, pero aquí hay algo que muy pocos conocen y que, de saberse, elevaría por encima de su propio promedio a la cocina de México.
Estamos simplemente ante el secreto mejor guardado de la cocina mexicana. Sus ingredientes yacen sembrados en los llanos desérticos del Valle del Mezqutal donde la lengua Hñahñú colorea los páramos que permanecieron indómitos ante la colonización. Suben por las montañas incandescentes de la Huasteca y se refugian en el boscoso subsuelo de la Comarca minera, con el musgo y los oyameles que arraigaron a los celtas ingleses del siglo XVI. La tierra hidalguense es tan fértil que, sin tener mar, produce más mariscos que varios puertos mexicanos. De aquí brotan maravillas.
Bien dicen de Pachuca que no hay que fiarse de su clima. Sobre la mañana ya amenazaban unas nubes negras y las cocineras de humo titubeaban por sacar la leña, no fuera a ser que la lluvia mojara todo y no hubiera fuego sobre el cual poner las ollas y, por tanto, lema que les diera razón: “Olla que mucho hierve, sabor pierde”, porque, cuando se trata de cocinar, más vale tronco que arda que olla que hierva. Así, todo pasó y ardió. Cocinaron y dieron comer guisados y elotes cuyo sazón es lo ahumado, ese saborcito a humo, porque así se cocina en los bosques de Acaxochitlan, en uno de los puntos más frondosos de la sierra madre oriental.
Junto a ellas igual mostraron sus creaciones estudiantes de gastronomía de la Universidad Tecnológica del Valle del Mezquital, quienes sin duda sorprendieron con su propuesta: un pozole, que no cualquier pozole, sino uno hecho con salsa de caracoles y xoconostle, y en vez de cerdo o pollo, una deliciosa mezlca atrópodos a base de chapulines, chinicuiles y xamúes ¿Hay postre? Mousse de granada y licor de jamaica para marinar. Esta grupo de jóvenes chefs demuestran la esencia de la cocina hidalguense: todo lo que se arrastra, camina o vuela, a la cazuela.
Ocurre que esta es una cultura colonizada y, por tanto, sus expresiones han dependido del favor de quienes por siglos han ostentado el monopolio del arte. Así, la alta cocina (como la alta cultura en general) está determinada por lo que desde Francia o Estados Unidos se diga, según lo que vea. Eso crea una tendencia que es seguida casi por todo el mundo. De tal modo, la cocina llamada “exótica” fulguro en los territorios asiáticos donde allá fueron a invadir. Lo poseyeron y lo hicieron comercio en Occidente. Así hicieron con la cocina mexicana, y ahora creen que los tacos son invención gringa. Han llevado las cámaras de televisión a Oaxaca y los “máster chefs” se gradúan como un mole negro. Ya tiene por tanto su sello de distinción. Luego entonces a la gastronomía hidalguense nadie la ha “descubierto”, nadie en las capitales ha dicho que de Hidalgo son más que los pastes pachuqueños o la barbacoa actopense. Y qué bueno, dirían algunos, así nadie viene a embotellar y vender en Europa lo que es de aquí. Pero vaya, que lo que aquí se cocina nada tiene qué pedirle a lo mejor que hay en el mundo.
Y si bien ser el secreto mejor guardado de la gastronomía mexicana tiene sus ventajas culturales, esto tiene sus bajas cuando de presupuesto se habla. Al platicar con Isabel Roque sobre su mole de 27 ingredientes, sale el tema a flote. Su platillo tiene varios manjares, pero el principal es el piñón que por estos días anda en más de mil pesos el kilo. “Yo tengo dos hijos, tengo que pagarles pasajes, yo no puedo cocinar así siempre ¿con qué dinero?”, se queja. Y no le falta razón. Apenas de esta muestra le salieron unos clientes a quienes les enviará un mole por pedido. No hay quien le capacite para montar un micronegocio, ni quien le financie los ingredientes ni por ser patrimonio cultural de todo un Estado. Si el erario fluyera como debe, su historia sería diferente.
¿Un pulque? De nuez, mi favorito. De Singuilucan, hecho a más de tres mil metros de altura, allá por el monte de El Águila. Un pan trenzando relleno de nopales y un adobo de conejo. Bocoles huastecos, hechos con frijol. Un Ximbó bien horneado en la tierra envuelto en pencas de maguey, que puede ser de pollo, de cerdo, de conejo o de zorrillo. Vinos de manzana de Huichapan que no necesitan alcohol agregado y alcanzan hasta 12 grados etílicos y dulces típicos como jamoncillo y palanquetas de cacahuate que se venden a granel en todo México pero poco se sabe que son de aquí, concretamente de la sierra de Pachuca, como de aquí son los pachucos fronterizos, el albur o el fútbol que no del D.F., como han hecho creer con visión chilango-centrista. Apropiación cultural, le llaman.
Pero los colores, los sabores, la identidad no dejan de ser hidalguenses. Esa es la fortuna del patrimonio inmaterial. Si todo sale bien, esta será la primera muestra de muchas más que habrá y debe haber. Si bien los secretos son para guardarlos, la gastronomía de Hidalgo merece ser una voz a cuatro vientos, tan fuertes, como los que aquí bajan de la Sierra.
Foucault consideró que el poder no es algo que se posee, sino algo que se ejerce. Por eso la “toma del poder” es una falacia con la cual se han destruido los sueños de millones, principalmente de los jóvenes.
Su guillotina es la frustración.
Porque eso implica el ejercicio del poder, precisamente: hacer determinadas cosas o provocar que determinadas cosas sucedan para seguir ejerciéndolo. Lo que sea, incluido manipular con la ilusión de un futuro mejor mediante la obtención del poder.
El poder no se halla en las manos de unos cuantos. El hombre, donde por decir «hombre” se entiende que el poder es también un asunto patriarcal donde el macho es el sujeto de poder y las mujeres el objeto apoderado en la construcción histórica del poder mismo… “El hombre” (así, con pronombre) que hoy ejerce el poder puede dejar de ejercerlo mañana por causa de un acumulado de malas decisiones o bien por la propia voluntad de ya no ocuparlo.
¿Pero quién dejaría de ocupar el poder?
El poder no desaparece, aún si alguien renuncia a él; al contrario, continúa su proceso de influencia en otras estructuras. Así pasa en las alternancias. El poder es el mismo juego continuado de dominación de unos sobre los otros. En especial, de las otras, aún si cambia el terreno ideológico o religioso.
Ni dios ni la teoría inspiran el poder.
El poder es una fuerza intrínseca. Una bestia que se alimenta de las ínfulas de dominación, destierro e imposición. Aún la más noble causa puede contaminarse de sus preceptos. Cualquier tipo de sobrevivencia depende del ejercicio del poder. Incluso el poder sobre uno mismo. Nada puede preservarse, ni la justicia ni la tiranía, sino es mediante un continuo tejido de relaciones de poder.
Los animales lo hacen. La manada sigue al poderoso. Depredan, humillan, sangran, vencen. Se colocan por la fuerza al principio de la cadena de mando. El camino del Alfa se traza con el sometimiento del otro. El león utiliza las garras y los colmillos. El “hombre” la política. El poder es la apropiación de la voluntad de los demás. Por tanto, no basta resistir y contraatacar pues en ello nos va la vida, quizá, en vano, si es que no hemos medido nuestras fuerzas lo suficiente.
Es preciso desobedecer.
La desobediencia sigue siendo el arma más efectiva contra la tiranía natural del poder. Desobedece y vencerás al tirano. Porque al desobedecer rompes los hilos que sostienen el poder. Dejarás de depender de su influencia, su protección condicionada. Su particular oferta de esperanza. Dejarás de jugar un juego que fue hecho para que tú perdieras. Desobedece y verás que todas las puertas comienzan a abrirse. ¿Y qué te quedará? La libertad de elegir tu propio camino.
Stop. ¿La vida se detuvo o fue el automóvil? –Carlos Drummond
Recién comienzo a escribir esto cuando termina un video-tutorial sobre cómo ahorrar gasolina y llevar bien organizadas las cosas en el auto. Ciertamente me parce importante intentar salvaguardar, lo más que se pueda, los pesos que me gasto con el coche y no desdeño ningún consejo que me permita conseguirlo. Y más, cuando en México el combustible ha aumentado en más del 60 por ciento bajo el brillantísimo gobierno de Enrique Peña Nieto y tener un carro se vuelve una pesadez cada vez más insoportable porque, al hecho de decidir cuánto de ‘gas’ le pongo al automóvil (sin que esto implique arriesgarme a morir de hambre), se suman los gastos de mantenimiento, limpieza, verificaciones y, obviamente, el pago de tenencias. Sumemos ese bello momento en el que el gobierno local tiene la ocurrencia re-emplacar todo el parque vehicular de la ciudad, por lo que deberé aumentar varios cientos de pesos al presupuesto.
Me quejo por propia experiencia. Acabo de desembolsar dinero que no me sobraba para pagar el re-emplacamiento y la tenencia; ese brutal impuesto que nos cobran por “tener” y usar un vehículo; recaudación que nos imponen los gobiernos estatales y representa al rededor del 1,6 por ciento de los impuestos a nivel nacional, lo que de por sí es un abuso porque uno ya le paga bien al fisco por comprar un auto; lo pagamos por la gasolina y lo pagamos por el mantenimiento, es más, lo pagamos por viajar en él cuando debemos desembolsar varias decenas de pesos en las casetas de peaje, a pesar de que es un derecho constitucional trasladarse a cualquier punto del territorio… Pero así las cosas cuando los gobiernos no ven la manera de seguir sangrando el bolsillo del trabajador. Por todo esto ha cobrado fuerza en mí la idea de lo estúpido, realmente estúpido, que es tener un coche.
Al fin avanzo en la fila. No me preocupo, tengo los papeles en regla. “Pase con mi compañero”, me dice el portero de la recepción. Espero un poco más. Un poco más. Otro poco más. Uno más. Al fin. Voy donde el tal compañero. Abro mi carpeta mientras intento endulzar el ánimo con un “Buenas tardes” seguido de una considerable sonrisa. Pero nada confortante recibo a cambio. Sólo la voz agria que me pregunta en seco: ¿Tarjetón? Y, entero sobre aquel desierto burocrático, yo: Aquí está, respondo. Y así nos vamos con la maquila de preguntas. ¿Identificación? ¿Comprobante de domicilio? ¿Usted es Alberto? Sí, sí, sí. Bien. Tome y espere. Me da un papel a modo de hasta nunca. Turno 234. Avanzo hacia las sillas para aguardar. Miro hacia la pizarra ¿En qué turno va? 219…
El automóvil se encuentra en la cúspide de la humillación capitalista. Y no me refiero a su banalidad que, al final de cuentas, cualquiera –que pueda–, tiene el derecho de poseer un coche cual si fuera un trofeo y con el propósito de presumirlo a sus amigos más desgraciados; no. Más bien, me refiero a que su creación, la presencia fáctica del auto en este mundo, es la manera en la cual el sistema nos recuerda que los derechos no son gratuitos; que si queremos, por ejemplo, trasladarnos de un lugar a otro de una manera cómoda, rápida y segura con el objetivo de sobrevivir, entonces nos costará dinero. Por supuesto alguien me diría que puedo ocupar el transporte público (que igual me cobra) y que el objetivo de inventar el carro fue evitarse las molestias de viajar en colectivo, pero que tal lujo, como todos los lujos, cuesta dinero.
El punto es que ni siquiera deberíamos estar pensando en ocupar más que nuestros dos pies en ir a donde necesitamos ir; donde por “necesitamos” me refiero a la definición estrictamente etimológica de la palabra: necesse, del latín, o sea, inevitable. Es decir que trasladarnos de un lugar a otro nos resulta tan imposible como respirar, orinar o cualquier otra cosa por el estilo donde nos vaya la vida. ¿A que lugares nos sería inevitable trasladarnos, fuera de nuestro hogar? Al hospital, por ejemplo. A la casa de la abuela. A la escuela. Al centro de trabajo. Cierto es, por lo que me pregunto: ¿qué de cierto tendrá que todos esos lugares merecen que no ocupemos más que nuestras propias fuerzas para acudir? Por ejemplo, recién me tocó ir al funeral de una tía y llegue tarde y llegué mal porque llovía, las micros iban llenas y el auto tenía poca gasolina. O sea que el auto de malas nos jode hasta la muerte.
Turno 228. Me encuentro sentado en la sala de espera mirando fijamente la pantalla de los turnos. Hay un 228, seguido de un 227, lo que significa que estoy a siete turnos de pasar. Pero seguido del 227 hay un Q14 que me tiene el alma el vilo porque no sé si todo va en orden o todo este infierno burocrático sigue la lógica del sombrerero loco. Sobre mi cabeza pelona recaen los rayos incandescentes de los focos led, tan típicos de las oficinas como de la lucha libre extrema, en ambos casos, lámparas dedicadas a consumirte la vida gota a gota. Todo es luz blanca, que irritante rebota en todas las paredes blancas del lugar, y pelea su monopolio contra los pilares grises y las sillas metálicas. No hay lugar para un sólo rayo de sol aquí. Dos novios se besan a un lado mío, mientras que en el otro lado yace el pasillo como un abismo, recuerdo de la soledad. ¿Que no hace un ser humano sino elegir entre uno y otro? Quizá el re-emplacamiento de mi auto es un atisbo filosófico del añejo encontronazo entre el romance y el realismo. Quizá. Turno 230…
El capitalismo nos aleja a propósito de los lugares que nos son necesarios. Alguien gana mucho dinero cuando tomamos el auto, y no me refiero solamente a los gastos de gasolina. Cuando nos alejamos de nuestro terruño, sólo el dinero nos salva del hambre, del clima y del aburrimiento; eso o la solidaridad de alguien semejante, pero este aberrante orden económico ha construido también la cultura de sálvese quién pueda.
Hace un tiempo salía a las cinco de la mañana de un feliz y añorado departamento al norte de la Ciudad de México para llegar a su trabajo por los rumbos de la avenida Reforma a las 7:30, intentar dormir un poco más 25 minutos porque la entrada era a las ocho a.m. Por supuesto, para conseguir tal proeza, el despertador sonaba a las cuatro de la madrugada. De regreso, otras dos horas en auto, sin tráfico; con tráfico, de tres a cuatro. Cenar, medio leer, medio vivir y luego medio morirse de hastío a eso de las diez de la noche. En suma, veintidós horas y media a la semana perdidas tras el volante, con el único propósito de ir a cumplir una jornada de empleo porque uno tiene la costumbre de no fallecer por la carencia de eso que compra el maldito dinero.
Resultó que el turno Q14 era para otra fila, la de los foráneos, quienes vienen hasta acá con placas de otras entidades y hasta de Estados Unidos para cambiarlas por unas locales, pero en otra fila, de otros que no son de aquí, por lo que deben sobrevivir a otro círculo de Dante. “¡¿Dónde va la cola!’”, grita una que llega corriendo, quedando al final de esta, a más de 30 metros de distancia de su fatídico destino. Los seres humanos que aquí nos apilamos tenemos hambre y ganas de orinar, pero no hay escapatoria.
¡Turno 234! Me acerco hasta la ventanilla, más emocionado por estar a punto de largarme de ahí que por hacer mi trámite. “¿Identificación?”, “¿Factura?”, “¿Comprobante de pago?”. Vamos señora, tengo todo, no podrá atraparme. En el tiempo que estuve retenido aquí, señora, logré descifrar la trampa del sistema. Nos tienen aquí para alargar la cadena; a huevo quieren que tengamos coche, pero nos dan trabajo y el que nos dan está a kilómetros de distancia porque no ven el mundo como nosotros, sino con sus intereses. No les importa, señora, que dejemos solos a los hijos y a los viejos porque hay que ir a producir a sus fábricas donde no hay ni un árbol para arrancar un alimento. Por eso nos venden igual el pan de nuestra torta y el agua que nos bebemos nos la pusieron en garrafones de a 30 pesos; nos cobran la micro y el libro que me traje para no pensar en este infame episodio.
Salí con mis placas nuevas y caminé hasta mi auto deslumbrado por el sol de mediodía. Algún día habitaré mi casa y nada que necesite me costará andar con mi propio pie, mucho menos me costará dinero. Desde que abandonamos la tierra, nos prohibimos vivir felices y sencillos. Por todo se paga; sino, no es, o no ocurre. En tanto, un señor corre hasta mi: “¿Le pongo sus placas, joven?”. Me detuve un segundo: guantera, cajuela, puertas…. No. “Sí, por favor”, dije con amarga resignación. ¿Con qué iba a poner las placas si no traía desarmador? La señora y el sistema estarían riéndose de mí…