La mercancía definitiva (@Funuvida)


Allá en La Habana, las FARC-EP presentaron en estos días su propuesta sobre la regeneración de sembradíos de uso ilícito. Cómo transformar plantíos de marihuana y amapola en tierra fértil para la agricultura. Cómo sesgar el mercado productivo de las drogas y hacer aun más productivo el de los alimentos. Y la delegación guerrillera apuntaba a generar «condiciones materiales e inmateriales para el buen vivir de las comunidades campesinas». Que no basta con cambiar una semilla por otra, sino se cambia la forma en cómo se manifiestan las relaciones mercantiles dentro de la economía de consumo. Sobre una base concreta: Justicia.

Contrario a quienes defienden la legalización de la marihuana -sin que sea con fines terapéuticos-, el problema de la drogadicción y el narcotráfico no es el estupefaciente. Es el sistema económico que sobrevive de los mercados, la oferta y la demanda, legales o ilegales según sus propios parámetros. Un modelo donde ‘hacer dinero’ es la única salida. Y cada ser humano, sin importar su edad, es un consumidor.

Cuando entonces las personas son vistas por su cuenta de ahorros más que por sus necesidades culturales, únicamente se asoma la oportunidad de negocio. Aún esos sueños, se vuelven mercado. La educación, la sexualidad, la salud. Siempre hay comprador para un producto. El que sea. Aún si la mercancía es otro ser humano.

Sobre esa premisa, la droga no es más que una mercancía más. Un elemento más cuya demanda determina la oferta. Como un libro o una botella de whisky.

Más, las leyes que determinan lo que es legal o ilegal. No las leyes prescritas por el pacto social, sino aquellas dominadas por el pacto de mercado.

Algo se vuelve legal o legal dependiendo de las ganancias que genere.

Esto no significa que su aprobación en las Cámaras esté supeditada a los riesgos de consumo, sino más bien a los modos en que se obtienen las ganancias. De tal manera, si bajo el negocio de las drogas existe un negocio subjetivo de prebendas políticas, la burguesía que determina lo que sí y lo que no dentro del país, preferirá mantener las cosas como están a fin de gozar de los beneficios periféricos.

La marihuana, por ejemplo, no es tan buen negocio en Estados Unidos como la heroína. Una droga cuya adicción está vinculada al uso de medicamentos para el dolor por ser equiparable a la morfina. La mayoría, de prescripción médica. Y en una economía como la estadounidense donde nada es gratis, si alguien no puede comprar analgésicos, buscará su similar barato y callejero, inyectable y letal, a un costo muy por debajo de la media.

Según estadísticas de la Agencia Anti drogas en Washington, el consumo de la heroína ha aumentado un 70 por ciento en Estados Unidos desde el año 2007. Las muertes por su causa, han llegado al 83 por ciento. De eso murió recientemente el actor Phillip Seymour Hoffman. Una sobredosis inyectable.

El drogadicto se droga porque es mejor la ausencia que la vida dentro de este infierno de puertas cerradas. ¿Para qué quieren legalizar la marihuana, ponerla en empaques vistosos, si de todos modos el adicto buscará la vía más accesible al escape?

No, no es la droga, es el sistema.

Pongámoslo en palabras de William S. Burroghs, hoy en sus cien años. En su obra «El almuerzo desnudo», escribe quien fuera un joven yonqui:

«La droga es el producto ideal. La mercancía definitiva. No hace falta literatura para vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan. El comerciante de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente».

Es el capitalismo donde antes que el derecho humano, está la autonomía de mercado. Donde la droga no es un problema si ésta genera ganancias. Un negocio. Simple y llana relación de producto y consumidores. Con bastas ganancias de negocios criminales que se vinculan a ella. Legales o ilegales.

ALBERTO BUITRE
http://www.funuvida.org/opinion/la-mercancia-definitiva-369


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